10 de septiembre de 2021 — Escrito por Darío Arjomandi
La historia nos demuestra que una sola crisis o un solo golpe contra la cotidianidad establecida, por muy dura y repentina que sea, no suele ser por sí mismo suficiente para introducir un cambio profundo en la conciencia humana y en sus estructuras sociales. Estamos diseñados para la resiliencia y la supervivencia; en contrapartida, los cambios llevan tiempo en fraguarse. La idea de que un único suceso determinante puede constituir un punto de inflexión y cambiar el rumbo de la historia está desmentida por los hechos del pasado.
En el siglo anterior, después de la Gran Guerra (llamada así porque no parecía que pudiera haber otra mayor), se dieron pasos agigantados hacia cambios radicales; Europa creyó que había aprendido la lección y que ello bastaría para desmantelar el sistema colonial y crear una solución eficaz que garantizase la paz (la Sociedad de Naciones). Pero no fue así. Hubo la crisis económica más feroz de la historia y otra guerra más devastadora aun que la anterior. Eso tiró por la borda los pasos inéditos que se habían dado hasta entonces (como la creación de la Mancomunidad, embrión de la actual ONU).
Fue la sucesión de varios reveses sucesivos sufridos por el estatus quo lo que provocó, por fin, transformaciones fundamentales y el surgimiento de un nuevo orden económico (los acuerdos de Bretton Woods e instituciones económicas como el FMI, el BM y la WTO). También un orden de organizaciones internacionales que serían garantes de la paz y los derechos humanos (ahora sí, la ONU). Nuestro continente desempolvó de las guerras un proyecto de integración económica y, más tarde, política: la Unión Europea. Este nuevo orden propició también mutaciones sociales en favor de tres valores fundamentales: la libertad política, el estado de derecho y el bienestar social. Todo ello es la historia que conocemos.
La carrera espacial hizo surgir, por vez primera, el sentimiento de pertenencia a una especie común. Los avances tecnológicos y la interconexión nos llevaron al gran paradigma de nuestros días: la globalización económica. Pero he aquí que nos damos cuenta ahora de que todas las causas del fenómeno globalizador son también causas indirectas de las actuales crisis que nos ponen a prueba como especie: las medioambientales, las migratorias, las económicas y de desigualdades crecientes, las de seguridad colectiva y radicalizaciones, las demográficas y, ahora, la crisis pandémica y sanitaria.
Dani Rodrik, profesor de economía política en Harvard y figura notable del ámbito de las relaciones internacionales, explica el problema actual con un curioso trilema. El triángulo de Rodrik tiene tres puntas: la globalización económica, el sistema democrático y la soberanía de los estados-nación. Afirma este estudioso que el problema consiste en que es imposible asumir, a la vez, las tres opciones; solo se pueden elegir dos. Las sociedades y sus gobernantes deben decidir cuáles conservar y a cuál de los tres renunciar.
Rodrik cree que la apuesta más probable es que el mundo abandone o renuncie parcialmente a la rápida globalización económica. Pero, ¿y si fuera demasiado tarde para retroceder? ¿Cómo podemos conservar los avances en interconexión económica y sistemas democráticos que hemos conseguido hasta hoy? La respuesta estaría, quizá, en modificar la última punta del triángulo de Rodrik: la soberanía de los estados. En efecto, para que sobrevivamos a las crisis que nos acechan tenemos que completar el proceso con el elemento que falta: una globalización política. Ésta no es un fin en sí misma, pero sí la pieza fundamental del proceso que nos falta.
Ello no es un paso fácil; las estructuras de los estados-nación tienen todos los mecanismos de supervivencia para proteger y retener su soberanía. Será solo la sucesión de múltiples crisis transnacionales la que generará una necesidad de supervivencia mayor que la de los estados particulares: la supervivencia de la especie, por cuanto la actual pandemia ha cerrado de un carpetazo la duda que todavía le quedaba a muchos líderes políticos y de opinión: ningún país soberano ni poder nacional puede hacer ya frente a las insólitas crisis que van a afligir a la especie humana desde ahora.
Darío Arjomandi es estudiante de Global Governance en Esade.