Arash Arjomandi
Filósofo y profesor de la Universidad Autónoma de Barcelona
20 de agosto de 2019 — Escrito por Arash Arjomandi
Galaxia Gutenberg acaba de reeditar una obra —en el 50 aniversario de su primera edición— que es considerada, por la crítica, como un hito y referente en la literatura filosófica escrita en nuestra lengua. Se trata de un clásico de la filosofía contemporánea española. No en vano, fue, si no el primero, uno de los pocos libros de pensamiento que en la España franquista interesó fuera de nuestras fronteras, y se tradujo y publicó en inglés. La efeméride bien se merece, pues, el homenaje de esta cuidada reedición en cartoné con un emotivo prólogo de Miguel Morey y un entrañable epílogo de Rosa Regás, la editora de la edición original del libro en 1969.
Personalmente me enamoré de esta obra en mis tiempos de estudiante hasta tal punto de que consagré mi tesina a la misma. El libro de Eugenio Trías marca un punto de inflexión en la filosofía hispanoamericana y desarrolla una tesis que sigue siendo, medio siglo después, rabiosamente vigente. A saber: toda cosmovisión y relato del mundo arroja desde dentro una sombra; en tanto que sombra, coexiste implícita pero indisolublemente junto al relato. Constituye el conjunto de ideas y creencias que la cosmovisión en cuestión rechaza como reverso en negro, como no-saber y como vía inadecuada de conocimiento.
Según Trías la sombra que arroja la cosmovisión imperante hoy en Occidente es la vía espiritual y la experiencia religiosa. Cree que el final de la guerra fría conllevó la culminación de un proceso gradual que había comenzado ya desde hacía unas décadas: el declive de las ideologías, que habían constituido los «núcleos de doctrina y relato» cruciales en los últimos dos siglos. El actual resurgimiento de las religiones —a modo de integrismos y fundamentalismos, pero también en forma de un creciente interés de la sociedad occidental en la meditación y las prácticas espirituales— busca que ellas sean las substitutas legítimas de las ideologías como fuentes principales de las que beben los sentimientos, convicciones y motivaciones humanas.
El aumento de la hegemonía e imperio de la ciencia y la técnica, que gobiernan las pautas conductuales y convivenciales de hoy, conlleva para Trías una suerte de contradicción implícita: expone y saca a luz la gran limitación y deficiencia del papel de la ciencia en la creación y articulación de los valores y fines últimos para el ser humano. Ello conduce a la búsqueda de instancias alternativas que proporcionen soportes axiológicos, otorguen horizontes de sentido y generen fines.
El efecto y contrapartida natural del proceso de la planetización de la humanidad, que Trías contempla como una uniformización y unificación impuesta verticalmente —de modo impersonal y fuera del control de la sociedad civil—, provocado por el fin de la división de bloques, por un lado, y por la homogeneización científico-tecnológica, por otro, es la desintegración y separación centrípeta de multiplicidad de relatos identitarios que, sin embargo, tienen siempre como núcleo tácito algún tipo de culto, dado que, como la propia palabra indica, la raíz de toda cultura es un culto.
En consecuencia, Trías concibe la necesidad de pensar la religión por dos motivos: para neutralizar con un revulsivo y contraveneno todas las diversas y variopintas formas de integrismo desde el hindú o el budista, hasta el islámico, pasando por el cristiano. Y para contrarrestar y corregir el relato de la modernidad que rechaza, excluye y pretende exterminar lo religioso como irracionalidad y superstición. Ve urgente en la actual coyuntura pensar la religión de modo diferente a como se ha hecho hasta ahora, es decir, en lugar de minimizar o reducir el hecho religioso a las experiencias negativas, contemplarlo desde su multiplicidad de dimensiones y aspectos: pensar filosóficamente el fenómeno de la religión y salvar la experiencia de lo sagrado, por cuanto la cree natural e inherente a nosotros y la concibe como parte orgánica y estructural de la condición humana.
Así, afirma que nuestra época se caracteriza por dos rasgos distintivos: 1) la relevancia radical de las formaciones religiosas en cuanto fundamentos y sustentos de las sociedades. Hecho que entiende demostrado «con meridiana claridad» por los últimos acontecimientos sociopolíticos mundiales. Y 2) «una crisis general que afecta a la idea de razón que Occidente, desde la ilustración, ha ido forjando y estableciendo».
Este ambiguo y contradictorio contexto ofrece, a su vez, una doble perspectiva: una conflictividad generalizada pero también el horizonte de «un mundo más justo y más sensible a la libertad y al respeto de lo vario». De ahí que Trías proponga su horizonte de utopía crítica: un mundo conformado por la unidad en la diversidad. Tal unidad la aportaría su religión ideal del espíritu, una religión universal, planetaria, por cuanto cree que los retazos de religión que subsisten, en sus diversas formulaciones, no son capaces de unificar y aglutinar un mundo cada vez más regionalizado y disperso.
Fuente: Diario ABC del 20 de agosto de 2019