Karlos Alastruey
Cineasta y Profesor Titular de la Universidad Pública de Navarra
Si repasamos el texto de las convocatorias de ayudas a la producción cinematográfica convocadas por España o por las comunidades autónomas, veremos que están redactadas para primar aquellas obras que presenten serios indicios de dar beneficio económico. Esto recuerda el viejo dicho según el cual para que un banco te conceda un crédito debes demostrar que no lo necesitas. Pareciera que dichas ayudas están convocadas por el Ministerio de Industria o por la Consejería correspondiente a nivel autonómico. Pero no; en todos los casos están convocadas por los departamentos de cultura.
Seamos honestos. ¿Qué beneficios culturales presenta una obra del calibre de «Torrente 3»? ¿Qué valores promueve que justifiquen aportar a su producción gran cantidad de euros de las arcas públicas? ¿Qué innovaciones en el arte cinematográfico ha presentado semejante obra, que haga quedarse con la conciencia tranquila y con el sentido del deber satisfecho, a los responsables de los diferentes estamentos de Cultura que la han apoyado con el dinero de todos?
Lo habitual en las convocatorias públicas de ayuda a la producción de las artes audiovisuales es que cuando se presentan solicitudes por parte de cineastas bien asentados en la industria, dichos proyectos se llevan aproximadamente entre el 80 y el 90% del montante de la totalidad de las ayudas. Las migajas restantes sirven para decir que se apoya a algunos cineastas desconocidos con propuestas más experimentales o arriesgadas, y presentar así cierto indicio de diversidad en la política de concesión de ayudas.
Para quienquiera que conozca mínimamente los entresijos de la producción cinematográfica, existen tres niveles de producción. 1. Las obras que podemos llamar «industriales», es decir, que cuentan con los resortes y contactos propios de la industria tradicional del cine. 2. Las obras independientes, que presentan una factura profesional pero cuyo presupuesto es muchísimo menor que el de las obras industriales. 3. Las obras amateurs realizadas por aficionados y cuya calidad técnica final suele resultar discutible.
Si una política cultural realmente quiere apoyar la producción de cine autóctono con propuestas culturales novedosas y con lenguajes cinematográficos que traten de ir más allá de lo convencional y de lo que «vende», es necesario reconocer que el cine industrial y el cine independiente no pueden competir en la misma liga; que necesariamente las ayudas al cine independiente deben tener una lógica diferente, donde se apueste y se arriesgue para que cineastas que no se acomodan al statu quo y cuya primera vocación no es hacer caja sino alcanzar nuevas fronteras artísticas, puedan de verdad realizar su labor sin las estrecheces impuestas por políticas de ayudas que están hechas a la medida de un cine completamente diferente.