Un nuevo modelo de liderazgo para un mundo cada vez más complejo

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2 de agosto de 2022 — Escrito por Farshad Arjomandi

La creciente insatisfacción de los ciudadanos con sus representantes políticos en la mayoría de los países del mundo evidencia un déficit de liderazgo político. Las crisis recurrentes a las que nos hemos enfrentado en las últimas décadas y las amenazas que hemos afrontado como humanidad, sugieren claramente que nuestros dirigentes tienen grandes dificultades para responder eficazmente a estos desafíos.

En el ámbito de las organizaciones empresariales, un estudio de McKinsey afirma que aproximadamente un tercio de las empresas creen que no tienen la cantidad de líderes que necesitan para llevar a cabo sus estrategias, ni la calidad de liderazgo que se precisa para alcanzar sus objetivos.

En las últimas décadas, muchos investigadores y científicos sociales han hecho grandes esfuerzos por averiguar qué factores influyen en la calidad del liderazgo. Aunque la comunidad académica no ha llegado a un consenso claro sobre la efectividad del liderazgo, estas décadas de estudio y observación ofrecen, sin embargo, algunas conclusiones generales sobre las funciones de un líder.

Las funciones de un líder

Tras un exhaustivo estudio de la investigación en el campo del liderazgo y la exploración de las principales teorías sobre el tema, Gary Yukl concluye que hay 10 funciones de un líder que, en su opinión, son las más importantes:

  • Ayudar a interpretar el significado de los acontecimientos.
  • Crear alineación entorno a objetivos y estrategias.
  • Crear compromiso y optimismo.
  • Generar confianza y cooperación mutuas.
  • Reforzar la identidad colectiva.
  • Organizar y coordinar las actividades.
  • Fomentar y facilitar el aprendizaje colectivo.
  • Obtener los recursos y el apoyo necesarios.
  • Desarrollar y capacitar a las personas.
  • Promover la justicia social y la ética.

Estas funciones no son exclusivas de los líderes. Sin embargo, su desarrollo y despliegue dentro de una organización, una comunidad o una sociedad dependen en gran medida de cómo sus líderes se comporten y se comprometan de forma coherente con estas funciones. Es aquí donde los valores y las actitudes de los líderes adquieren una gran importancia. Una métrica de la coherencia de los líderes es la ratio “decir/hacer” [say/do].

La dimensión ética del liderazgo

A finales de la década de 1970, e inspirados por las ideas de Max Weber, una serie de estudiosos estadounidenses comenzaron a desarrollar un novedoso enfoque del liderazgo carismático. Estas teorías exploran los motivos y comportamientos de los líderes carismáticos, así como los procesos psicológicos que podrían explicar cómo influyen en sus seguidores.

Más o menos al mismo tiempo que surgió el interés por el liderazgo carismático, surgió otra teoría llamada “liderazgo transformacional”. Esta teoría se centra en la capacidad de los líderes para transformar a sus seguidores. También se ocupa del efecto de esta transformación en la cultura.

Aunque muchos autores utilizan indistintamente los términos “liderazgo carismático” y “liderazgo transformacional”, hay diferencias que conviene señalar. Podríamos decir que, desde la perspectiva del carisma, el enfoque se centra en la influencia del líder sobre sus seguidores, basándose en determinadas características (carisma), y desde el enfoque transformacional el foco se centra en la capacidad del líder para potenciar y motivar a sus seguidores basándose en principios elevados (morales).

A medida que estas dos teorías evolucionaron, surgió un mayor interés por la dimensión ética del liderazgo. Un concepto que se repite invariablemente al abordar el liderazgo ético es el de “integridad personal”.

Como es sabido, la corrupción tiene efectos devastadores para el progreso de una sociedad y de sus ciudadanos. De ahí la creciente preocupación por la dimensión ética en la gestión de las empresas y la gran desafección de los ciudadanos respecto a sus políticos, por los casos de corrupción y la falta de transparencia en la gestión de los asuntos públicos.

Sin embargo, la ética en el liderazgo no solo se refiere a la corrupción, sino también a los límites del poder y a sus abusos. Ambas cuestiones son de especial interés.

Los peligros del liderazgo unipersonal

Cada vez hay más personas que se preguntan hasta qué punto un líder —por ejemplo un jefe de Estado— puede ejercer un enorme poder sin estar sujeto a algunos mecanismos de control. Este debate solía tener lugar en el contexto de los regímenes autoritarios, que son más propensos a los abusos de poder; sin embargo, en los últimos años se ha ampliado para incluir a los países y a los líderes que operan en las tradiciones e instituciones de trasfondo democrático, que han sufrido diversas formas de ataque y tensión.

Consideremos algunos ejemplos extraídos de nuestra historia durante el último siglo. Hitler y Stalin, ampliamente reconocidos por la profesión médica como psicópatas genocidas, cayeron bajo los efectos embriagadores del narcisismo de los antiguos Césares. Los efectos alucinógenos del poder ilimitado los llevaron a una realidad paralela desde la que gobernaron de forma que no solo fueron totalmente destructivos para sus sociedades, sino que causaron un inmenso daño y sufrimiento a muchos otros, más allá de las fronteras de sus respectivos países.

Vemos ecos de esto en la Rusia actual, una sociedad autoritaria cada vez más sujeta a las formas de control totalitario que se vieron por última vez bajo el mandato de Stalin (por ejemplo: la censura y la propaganda generalizadas, la persecución de los políticos de la oposición y de los que tienen opiniones contrarias, la corrupción a gran escala…). Habiéndose ahora embarcado en un conflicto no provocado con Ucrania, con consecuencias nefastas en términos de destrucción del país vecino y de la desestabilización de la economía global. De este modo, Rusia está socavando lentamente décadas de progreso, que había logrado mediante su integración en la economía mundial.

La Rusia actual no es, ni mucho menos, el único país del mundo donde el liderazgo unipersonal —siempre son hombres— ha debilitado las bases de la paz, la seguridad y la prosperidad. Este modelo particular de liderazgo crea poderosos incentivos para la preservación del poder político a toda costa, a menudo porque el ejercicio de dicho poder ya no sirve en modo alguno a los intereses legítimos del pueblo, sino que se trata más bien de mantener los beneficios económicos del poder y la acumulación de grandes riquezas para los propios líderes y su camarilla de allegados.

Las sociedades tradicionalmente democráticas, con un largo historial de transferencia pacífica del poder, también están mostrando síntomas de vulnerabilidad, como vimos en enero de 2021 en Estados Unidos y el intento de golpe de Estado que se está investigando actualmente.

La creciente complejidad de un mundo globalizado y altamente interdependiente ha puesto en entredicho el modelo de liderazgo unipersonal, que resulta ineficaz para resolver los problemas de este nuevo mundo y, como hemos visto, constituye un gran riesgo para la seguridad de la humanidad en su conjunto.

Un cambio efectivo: El liderazgo colegiado

En vista de lo anterior, es necesario considerar un cambio profundo en el actual modelo de liderazgo unipersonal. El cambio que sugerimos no solo haría del mundo un lugar más seguro, sino también más próspero, ya que permitiría gestionar con mucha más eficacia la creciente complejidad de los asuntos humanos.

Lo que sugerimos aquí es la necesidad de un liderazgo colectivo o colegiado en el poder ejecutivo. Los líderes unipersonales que encarnan este poder deben ser sustituidos por instituciones cuyos miembros sean elegidos democráticamente. Estos órganos colegiados (no sus miembros) tendrán la autoridad necesaria y suficiente para gobernar a las personas, comunidades e instituciones bajo su jurisdicción.

De este modo, nos aseguraríamos que las decisiones que afectan a millones de personas —a veces a cientos de millones de personas— no se toman por una sola persona (por muchos expertos y asesores que puedan rodearle), sino por un grupo de personas elegidas expresamente por los ciudadanos para ejercer el poder de forma institucional.

Los miembros de estas instituciones tendrían pleno voz y voto, y ninguno tendría poder de veto. Estos miembros no tendrían ninguna prerrogativa o autoridad especial a título personal. Se reunirían en asamblea y tras consultar los asuntos tomarían sus decisiones, de forma colegiada, por unanimidad o, en su defecto, por mayoría simple de votos.

Por ejemplo, en lugar de tener un único jefe de gobierno, habría un consejo de varios miembros que se determinaría en la Constitución de cada país (sugerimos entre siete y once personas, tanto hombres como mujeres), que dirigirían el Ejecutivo durante un periodo establecido por la ley.

Si la era digital se distingue por el trabajo colaborativo, el aprendizaje continuo y la autoorganización a través de equipos multidisciplinares, el modelo de liderazgo de las instituciones políticas y económicas también tendrá que adaptarse a las características de esta nueva era.

2 COMENTARIOS

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